Vivian Dorothea Maier murió en 2009 sin saber lo que había hecho. Durante cuarenta años, retrató la vida que se desplegaba ante ella en el Chicago de los años 50. Formalmente era una nanny al cargo de varios niños a los que paseaba sin descanso, pero era una fotógrafa escondida. Una artista disfrazada con una coartada que le permitía pegar su objetivo a pocos centímetros de lo cotidiano. No supimos de ella hasta 2010, cuando un coleccionista encontró su trabajo por casualidad y se hizo con 120.000 negativos en una subasta. ¿Cómo es posible que nadie, ni ella misma, se diera cuenta del valor de su trabajo? Las mejores galerías del mundo se pelean hoy por exponer su obra. La comparan con Henri Cartier-Bresson y los grandes de la fotografía callejera contemporánea. Su estilo se fue con ella, pero ha dejado un rastro de inspiración que va a tardar años en secarse.
La historia de Vivian es en verdad la de muchos creadores a los que la vida se les va sin mostrarse. Cuando pueden, arrancan un rato a su rutina y lo dedican al proceso creativo. Trabajan de noche, en soledad, sin ser conscientes de que hay muchos como ellos, escondidos. Forman parte de una comunidad que les trasciende y lo desconocen. Durante el día parecen ciudadanos corrientes. No se atreven a llamarse artistas en público y la posibilidad de exponer su trabajo les parece tan remota como Saturno.
Son pintores, fotógrafos, ilustradores, diseñadores, dibujantes. Walltic quiere sacarlos del armario a través de un circuito alternativo alejado de los lugares convencionales donde se expone el arte, inaccesibles e impenetrables. Las paredes de restaurantes y hoteles seleccionados servirán de galería en un maridaje entre la experiencia gastronómica y de ocio y la cultural.